Omnipotencia
- Susumi .
- 14 ago 2014
- 1 Min. de lectura
Si ese Dios vicioso que nos creó tuviera una vista privilegiada desde las alturas, no se sorprendería al ver nuestros cuerpos, castigados en sudor, enroscándose en un abrazo tierno. Dos perros lamiéndose y empujándose con el hocico, dos animales humanos vueltos en sí luego de la feroz transformación.
Ahora nos toca descansar, volver a la consciencia suavemente desde un mundo que es difícil abandonar. Silencio. Música. Respiración. Silencio. Se inflan al unísono los pulmones estallando alvéolos empapelados de alquitrán. Pausa. Descanso. Tregua. Las manos y las bocas dieron el sí a un implícito tratado de paz. Quietud. La imposibilidad de moverse.
Pecho contra espalda y los brazos forman un escudo que se endurece como piedra cerrándonos a los dos de un afuera que carece de sentido. ¿Afuera? ¿Qué importa afuera? Acá está ocurriendo una primavera de sentidos con tinte a Guerra Florida y amor a la brasas.
¿Afuera?
Lo único que puede haber afuera es un Dios vicioso, creado a nuestra imagen y semejanza, contemplando con envidia el lazo que enredamos.
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