Las hijas del fuego
- Sumah Kralj
- 19 abr 2018
- 2 Min. de lectura
Desde que Ivi me dijo que había participado en una "peli porno" que iba a ser proyectada en el BAFICI una fuega de deseo se me hizo carne. "Quiero estar ahi para verla" pensé y como soy una malcriada cósmica, todo conspiró para que en la noche del miércoles 18 de abril mi culito estuviera firme calentando una butaca del cine en el shopping de Caballito.
Llegamos sobre la hora, locas y aceleradas, vibrando el nerviosismo del debutante, confirmando que cuando uno tiene que estar presente en algún lado de alguna manera se da todo para que sea así y que no importan los minutos, siempre se llega en el momento indicado. Una cola de gente anunciaba una sala llena, entre las butacas se asoman pañuelos verdes y sonrisas conocidas. Silencio, arranca la peli y los primeros paisajes aunque fríos ya me calientan. Maravilla de encontrar lo erótico por fuera de la imagen establecida. Con los clítoris oculares bien parados recorro la imagen dejándome cautivar. Las escenas se suceden: paisaje de cuerpas, diálogos que reflejan el cariño, vulvas, medusas, enfiestes y el cuidado como política afectiva atravesándolas.
¿Qué hace que una peli sea porno?, me pregunto. ¿Es el hecho de que haya sexo explicito solamente? Mis preguntas, no solo mías, parecen ser también las de la directora y las de ese elenco de mujeres que nos proponen nuevas formas de amarnos, de acompañarnos y entendernos. Lejos está, "Las hijas del fuego" de ser una "peli de tortas" o una "peli de minitas que se garchan" como bien podría apresurarse a definir una mirada construida por el porno industrial donde los cuerpos tienen negada su cualidad de persona. Acá encontramos historia, recorrido, entrecruzamientos, territorios que se abren a la exploración erótica y al segundeo entre miradas cómplices, viajes, dildos y piñas de venganza.
Al terminar el film siento que lo que acabo de ver es no solo una "porno" sino que es, en realidad una posta política en este campo de batalla que es la identidad no normada. Una posta que se levanta bien arriba clavando una bandera que se tiñe de tetas, bigotitos falsos y hermandad, una posta que humedece el intelecto acabando en preguntas, estallada de alegría infantil, burlona, cargada de curiosidad, una posta dispuesta al placer, reivindicando un tiempo femenino donde la sensualidad es eterna y no un climax eyaculatorio. Una posta de la ternura que encierra la sutileza de las yemas de unos dedos rozando un abdomen desnudo y la fuerza de las deciciones que nos llevan a aceptarnos como somos, asistiendo a una guerra de gemidos que se gana con afecto.
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