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Fantasía en el subte

  • Sumah Kralj
  • 19 nov 2016
  • 3 Min. de lectura

Me llama la atención un antebrazo robusto con un tatuaje clásico a esta altura de la posmodernidad, de esos que tienen una palabra en cursiva rodeada de la sombra manchon de unas palomas simbolizando la libertad y en la cursiva y en inglés se lee: FAITH. Al leerlo pienso que el tatu es bastante cabeza pero en mi cabeza resuena un “I want to believe”, vaya uno a saber por qué. La cultura pop tampoco es nuestra amiga. Continúo el recorrido con mis ojos en su muñeca hasta que aparece ante ellos un hermoso diseño hindu, clásico del mehendi. Este tatuaje es más cheto, se nota más nuevo, de tatuador con experiencia en complejo de agujas finas. El diseño era de esos que parecen hojitas con decorados bien lindos. Esos que se hacen las novias en henna antes de casarse. Son parte de un ritual para los buenos augurios, para que la boda se celebre con felicidad y traiga armonía en los esposos. Lo que mas me gusta de esa costumbre es que una vez casados, la mujer no puede hacer ninguna tarea doméstica hasta que los tatuajes se borren. En sí, creo que deben ser los únicos días de vacaciones de la esposa antes de pasar a ser una esclava de por vida. El detalle me pareció hermoso. Delicado podría ser una mejor palabra.

Y mis ojos descendieron hacia una mano con uñas cuidadas, parejas y cuadradas que descansaba sobre una sobrio bolso negro. Rodeaba su muñeca una gomita de pelo naranja flúor y un anillo plateado y liso brillaba en uno de sus dedos. Contrastaba contra sus manos prolijas, suaves, la dureza de unos zapatos masculinos de escuela privada, que vestían sus pies. Sin haber reparado antes en ello, me doy cuenta que hasta ese momento estaba creída de ver partes de un cuerpo femenino. De una chica, gordita, sensible, sutil. Observo su cara.

Un costado de su cabeza rapada enmarcaba unas facciones de adolescente lampiño.Caía sobre los pelitos cortados a maquina el mechon de una cresta rebelde. El pelo al natural, sin tinturas que disfracen nada. Mi visión se apoderaba de cada segmento de su totalidad andrógina. Una mezcla que excita mi imaginación. ¿Era mujer o era chabon? Ahora que todos hablamos del género, ¿cuál sería la ficción que elegiría yo? Elegí creer que era una nena en el cuerpo de un varón. De un chico, de 18 años, con brazos tatuados y buzo de viaje de egresados bordo como un malbec, con el número 14 en el pecho. Pensé en el borracho, pensé en un compañero del secundario que para su campera tuvo la misma elección: 14: La templanza. Maldito y hermoso niño andrógino del subte despertando mis fantasías de casi treintañera perversa y ninfómana. En mi interior, un mar hormonal me empieza a calentar.

Se da cuenta de mi mirada invasiva, corro la vista haciéndome la tonta. Y fijo mis ojos en su antebrazo, lo contemplo como si el tatuaje cabeza de los pájaros llamara mi atención, como si fuera la única porción que me atrapara, como si mi fantasía no existiera. Comienza a actuar bajo mi observación, el cuerpo se tensa, nervioso ante el escrutinio de mis ojos que no para de analizar cada porción de piel. Tiene consciencia de mi examen, de como una desconocida mira su cuerpo en el subte sin pudor. Me mira y le sostengo la mirada. Un señor canoso le habla y responde con un encantador brillo en sus pupilas verde mate.

Las preguntas me asaltan. ¿Le escribo un mensaje en alguna hoja suelta? ¿Miro directamente hasta hundirme en su alma adolescente? El cuerpo libera hormonas. ¿Le digo que me gusta? Que su mirar de nena conmueve mi espíritu masculino de puto villero? Que su cuerpo robusto me hace sentir una vampira pedófila tomadora de almas vírgenes?

PARA!

Es legal lo que estoy flashando?

PARA!

Siento que me estoy enamorando. El subte parece vacío, ya no escucho su sonido. Pestaneo. Sus manos gorditas femeninas. Pestaneo. el calor me urge en el cuerpo. Pestaneo. Mil unicornios baten alas en mi pecho. ¿Le dejo mi número? se la hago flashar? Tiene cara de tener 13 años de edad. Llegamos a Retiro. Suspiro. Bajo y con total naturalidad mi cuerpo camina cerca del suyo, esta es mi posibilidad. Sonrío. Le quiero decir que me gustó su tatuaje aunque sea mentira. ¿cómo reaccionaría?

El señor canoso camina a la par, se cuela su individualidad diluyendo la posibilidad de acercarme a ese ser aniñado que me cautiva. Miro la hora reprimida ante la presencia saturnina de ese viejo que impacta oponiendo realidad vs fantasía.

Aceleran el paso los pasajeros del subte hacia la salida. Mi mente vuela hacia la perspectiva de mi proximidad con la de una niña que quizás nunca vuelva a cruzar.


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