Autopsia de un amor
- Sumah Kralj
- 29 ago 2008
- 2 Min. de lectura
Uno a uno fue desabrochando los botones de mi camisa. Uno a uno con paciencia y fríamente hasta que llegó al final. Sus manos blancas estaban cubiertas por guantes de látex, así lograba evitar cualquier contacto con otro cuerpo… humano y extraño. Aquel hombre pálido me miraba sin mirarme, me miraba como perdido en algo más. Tranquilo y minucioso, hacia sus quehaceres como si fuera un artesano. Apoyó mi cuerpo en la gran mesa de acero. Hasta los pelos de mi espalda se achicharraron por el frío, sin embargo, no podía moverme. Lo único de mí que se sacudía ágilmente eran mis ojos. Intentaban capturar todos los detalles de aquella extraña situación.
Él, luego de acostarme, se dio vuelta y comenzó a buscar ciertos instrumentos. Una gran tenaza fue la encargada de cortar mi corpiño por la mitad y dejar al descubierto mis pezones erizados. El hombre sonrió, frío, impío. Su figura se elevaba delante de mí como una pantalla en la cual solo se podían ver migajas de una historia que ya no era. Un final que se anunciaba triste. Sus manos cubiertas por esos asquerosos guantes empezaron a trazar dibujos en mi pecho. No parecía importarle mi cuerpo estático, solo se divertía. Dibujaba líneas y garabatos como si la piel fuera una pizarra. Esas marcas no se borrarían. Alzó el gran bisturí y mis ojos vieron la fina línea de sangre que comenzó a brotar como un río en medio de mis senos. Arrancó la piel despacio, todo tenía su arte implícito, todos sus movimientos eran suaves y dramáticos, calculados. Arrancó la piel y hundió el brillante metal, no sentí nada. Solo veía horrorizada cómo se abría mi pecho y como brotaba más y más sangre cuando ingresaba el aire en mis pulmones, como extraía mis órganos, como mi corazón ya latía fuera de mí.
No morí, no lo hice para no darle el gusto. Eso sí, llegó un momento en que mi vista se nubló, en que no quise ver más. Fue en un segundo.
Mi corazón colgando y él sonriendo con un taladro en la mano.
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